30 julio 2015

DESDE EL MÁS ALLÁ


Nos habíamos reunido en mi piso de Santa Mónica del Mar, como yo le llamaba, para preparar las próximas actividades de nuestra recién creada SIADE (Sociedad Iberoamericana de Escritores) la fundadora y presidenta Alicia Guiragossian, abogada y poeta, argentina de origen armenio, aspirante al premio Nobel,  a quien yo había invitado a un recital individual en Casa de España, donde germinó la idea de la fundación de Siade.  La vicepresidenta Florinda Mintz, también argentina, de origen italiano, periodista, que poco después se casaría con el poeta BartYoder, cuyo apellido añadiría al suyo. Los padrinos de su boda seriamos yo y el intelectual y diplomático David Valjallo que publicaba la revista Letras Chilenas, que pronto se marcharía a vivir en Madrid, donde nunca pude localizarlo. Después supe que había vuelto a su patria donde murió en 1995. Florinda cubrió periodísticamente la visita de Juan Pablo II a Los Ángeles, en la que le acompañé.  En su casa conocí al poeta beatnik Alen Ginsberg que se había desplazado desde Nueva York, y de haber conocido su obra y su vida, quizás me hubiera merecido mejor impresión. Yo creé la colección poética SIADE, que Florinda publicaba en su editorial Puertas Press.

Aída Ferrarone, peruana, periodista del recién creado Noticias del Mundo, en español, del multimillonario asiático Reverendo Moon, que venia a sumarse a La Opinión, el diario mexicano que con todo éxito funcionaba en Los Ángeles desde 1925. Con Aída había yo asistido a la suntuosa fiesta de inauguración celebrada en un lujoso hotel del centro. Los salones del nuevo periódico estaban a disposición de todas las entidades intelectuales, y tanto Aída como el cubano Dr. Octavio Costa, que ostentaba el Collar Isabel la Católica, comentaban nuestras actividades a todo lujo en las crónicas culturales de ambos periódicos. Invitada por la puertorriqueña Margarita Rosales, presidenta de la Asociación de la Prensa Hispana, yo fui una de las primeras conferenciantes con el tema Panorama Intelectual Hispano en California.

Escritora y poeta, Rosario Caparó había nacido en Arequipa, como Mario Vargas Llosa, a quien preparó la campaña de candidatura a la presidencia de su país. Vargas Llosa nos dio una conferencia en USC, Universidad del Sur de California. No me pude acercar a él acosado por una multitud de admiradoras, no precisamente de su literatura. Rosario llevaba la sección Mujeres de hoy en una revista, cuya portada en 1980 ocupó mi foto en referencia a su artículo sobre mí. En 1989 nos dio un recital en Alcalá por el programa de intercambio cultural del 92, siendo alcalde don Mauel, y yo encargada de protocolo. Se le preparó un precioso escenario con flores rojas y blancas, colores de la bandera de Perú. Francisco López Pérez le hizo una entrevista, publicada a toda página en el Alcalá Semanal.

Pepa Mills, valenciana, había ganado un primer premio de pintura en un certamen de la Casa de España, a la que todas estábamos conectadas. Como profesora de español, editó un libro de teórica, ilustrado por ella misma. Estaba casada con el fundador y director de la Filarmónica de Westwood, a quien había conocido cuando él hacía investigación musical en España. La hija de ambos, Mari Pepa, consiguió acompañarme a la recepción que dieron los Reyes de España en un hotel de Westwood. Un montón de quinceañeros, cuyos padres formaban parte del séquito real, se apiñaron en mi coche tras la recepción para que les llevara al centro de Los Ángeles. No sé cómo escapamos de la policía en aquella aventura en la que la única adulta era yo. Pasada la media noche los dejé en el mismo hotel, donde estaban alojados. 

Durante muchos años fui asidua asistente a los conciertos que la orquesta de Sevilla daba en el Lope de Vega y en el teatro San Fernando. Pero nunca había estado envuelta en la propia orquesta como en esta oportunidad. Patrocinada por las pudientes habitantes de la privilegiada zona, en cuyas opulentas mansiones teníamos frecuentes recepciones y fastuosas fiestas. Sus hijos y nietos eran componentes de Jóvenes Músicos en formación. Algunas de las fincas tenían hasta caballerizas. Damas maduras y ancianas, sonrientes como Reina Madre, vestían vaporosas gasas de colores claros o abigarrados estampados, tocadas con extravagantes pamelas y sombreros, como en un derby de Ascot. A Pepa le resultaban patéticas, pero a mi me encantaba aquella naivité de alta sociedad, liviana, rica y feliz. Las españolas nos destacábamos con nuestros sobrios trajes de gala negros hasta los pies. Reminiscencia de corte de Mariana de Austria, que a mí me hacia decir: Ya estamos juntos los cuervos españoles.

Yo me encargaba de Relaciones públicas en la Sociedad de Escritores. En la siguiente convocatoria me eligieron presidenta por unanimidad. Lo que no pude aceptar por mis muchas ocupaciones en la Casa de España y mis viajes por todo el continente americano. Propuse al cónsul de Bolivia que había sido embajador en España, y como secretaria a su esposa, doctora en odontología y poeta colombiana Lucy Cabieles, que habían colaborado conmigo en Casa de España en los homenajes a sus respectivos países con insuperable eficacia. Años después Lucy nos daría un recital en la recién estrenada Casa de la Cultura en Alcalá, acogido por la Casa de Extremadura, en la que fui vocal de cultura durante varios años.

El Dr. Irahola, que era abogado, registró oficialmente la Asociación de Escritores y nombró miembros de honor a todo el Cuerpo Consular. La nueva proyección no gustó a su fundadora, que a pesar de mi consejo, en lugar de una moción de censura lo llevó a los tribunales, y naturalmente perdió. Un SOS me hizo aceptar la vicepresidencia. Celebramos el Día de la Hispanidad con una cena en el Beverly Willshire Hotel, con la asistencia de la Secretaria de Estado y de todo el cuerpo consular. El presidente, belga, en perfecto español evocó a su compatriota Carlos V, doble emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y del Imperio español, del que su país había formado parte. Yo nunca hubiera podido darle a nuestra Sociedad de Escritores aquella proyección gubernamental, diplomática y social.        

Aquella tarde les había preparado una lasaña de medio metro cuadrado por seis capas de relleno con carne picada, verduras, jugo de tomates, bechamel y queso fundido, acompañada de vinos, tarta, champán, café, licores, pastas y bombones. Quisieron jugar una ouija, para lo que improvisaron un cartón en el que Pepa dibujó un círculo con las letras del alfabeto. Desde que llegué a América me había llamado la atención lo muy aficionadas que eran las hispanoamericanas al esoterismo y a la política. Teníamos miembros que pertenecían a la masonería y a la cienciología. Quizás era eso lo que les había hecho medrar económica y socialmente. Alicia y Rosario habían llegado a California al mismo tiempo que yo, y se habían enriquecido en el negocio inmobiliario. Rosario me invitaba con frecuencia a su mansión de Palm Spring.

Yo pensaba que el vasito de cristal se deslizaba entre letra y letra al leve impulso de nuestros dedos, y que los aciertos se debían a una lectura mental de las participantes por parte de la médium, que era Alicia. El primer espíritu que apareció se declaró a sí mismo maligno. Había muerto en la masacre turca del pueblo armenio. Alicia le pidió que se marchase porque yo, sin experiencia, tenía miedo. El espíritu obedeció sin rechistar. Cada una de ellas habló con sus muertos. Florinda charló largamente con su padre, Florindo, que había fallecido en un accidente de tráfico en Buenos Aires. Yo me había ido a recoger la cocina porque el día siguiente tenía que trabajar.

 Requirieron mi presencia. F llama a Maria. Yo no creía que el padre de Florinda, por ser periodista y poeta, tuviese interés en hablar conmigo. Insistió. No era su padre. Como yo no tuviese ni idea de quien se pudiera tratar, Alicia le pidió que nos diese una señal. Puñetas, respondió. Puñetas se llamaban antiguamente los puños dobles de las camisas de hombres sujetas con pasadores. Eso no me decía nada. Pidió otra prueba. Señaló una foto mía ampliada que enmarcada lucía en la mesita de lámpara del rincón. Esa foto me había sido tomada bailando en una reunión de empresa en un hotel de Sunset Boulevard hacia unos años. Tampoco me aclaraba nada. El espíritu se marchó y ellas comenzaron también a irse, ya pasada la media noche.

El televisor se encendió automáticamente, pensé que debido a los llaveros en los bolsos. Pero yo no me iba a quedar sola en mi piso impregnado de extrañas energías. Retuve a Florinda y a Aida, y les di unas mantas. Florinda dormiría en el sofá y Aída en una peluda alfombra de alpaca peruana. A la mañana siguiente Aída se marchó muy temprano pues tenia que trabajar en Noticias del Mundo. Florinda y yo desayunamos en casa. Ella cogió su coche para marcharse al condado de Santa Ana, donde vivía, y yo a mi trabajo.