05 junio 2012

VENUS HÉSPERA



Tránsito de Venus por el Sol hoy.


          Que el firmamento era un doble alumbrado muy alto muy alto, fue mi primera noción empírica. Que me dijeran que aquello puntitos titilantes no eran bombillas sino mundos, me decepcionó.
Mientras jugábamos a la rueda en la placita del Carmen, en un crepúsculo descubrí a Venus, el hermoso lucero del atardecer. La Venus Matutina la descubrí mucho más tarde en mi vida. Los sabios antiguos los habían creído astros distintos, por eso los denominaron Héspera al de la tarde, Fófora el de la mañana. En cambio yo nunca tuve duda de que eran la misma estrella en distintos tiempos.
En la biblioteca del internado de las monjas,  sustraía sin permiso, que nunca hubiera obtenido, tentadores tratados de Astronomía. Así aprendí todo el planisferio celeste, afanándome en identificar aquellos garabatos en el pentagrama del cielo, sin estar nunca segura.
Las monjas me castigaban al alejamiento en uno de los apartados de la azotea. En mi impotencia y desolación de niña desvalida, me preguntaba qué eran aquellos seres que titilaban de gozo o de dolor allá arriba. Desde aquí ¿era yo también un puntito nervioso para ellos? Mi único amigo en el mundo era el hermoso astro. A la puesta de sol, mucho antes de que aparecieran sus otros compañeros, adelantando su hora par a acudir a su cita conmigo, ya estaba allí Venus. Iba viéndole encenderse en el telón violeta del cielo, suspendido en el abovedado infinito y oscuro de la noche, como un inmenso pez de plata en una inconmensurable pecera. Frente a mí, Venus resplandeciente me guiñaba compasivo su ojo de luz.
Y la paz llegaba, y hasta el gozo. Un gozo exultante y alegre por aquella ascensión al mundo grande, que no hubiera cambiado por la bisoña mentalidad de aquellas niñas de mi edad que jugaban en el fondo de aquel patio, en cuya destechada cúspide yo sufría y gozaba liberada mediante el dolor de aquella monótona vulgaridad, comprándome con él un yo eterno. Querido Venus, nunca he olvidado nuestra vieja camaradería.
“Ese ardiente horno de Venus, dice nuestro sabio Físico/Matemático, investigador en el CSIC, Director del Laboratorio de Tecnología Aeroespacial en Los Álamos, Texas, etc. Tan científico como poeta.. Al fin y al cabo la Poesía no es más que la música increada del Universo.
Ya en la pubertad empezó a significar mucho para mí la Luna. La poética Selene de la Mitología, diosa de la Feminidad, me hacía sentirme transida de emoción cada vez que su hoja de alfaca desgarra el azul en su aparición de cuarto creciente. O cuando desmayada se hunde dorada en el horizonte.
Sin embargo, la más impactante experiencia entre mis exiguos conocimientos  astronómicos, fue la visión de Saturno en el telescopio gigante del Observatorio Astronómico de Los Ángeles. A finales de 1988 estaba en su fase más cercana  la Tierra. Tuvimos que esperar en una nutrida cola, y apenas nos dejaban observar un minuto.
La impresión fue aterradora. Enmarcado en el ojo del telescopio, su curvatura rozaba el cuarto superior izquierdo. Un brazo de los anillos del titán, era visible en el cuarto inferior. Una masa inconmensurable de lo que parecía hielo pulverizado o algodón compacto de fibras brillantes. Compuesto de helio e hidrógeno, según Pérez Mercader.
Sentí un gran pavor. La palabra pagana dios cruzó por mi mente. Mis anteriores impresiones terrestres quedaron disminuidas., incluido mi místico idilio con Venos. La vista panorámica de la Bahía de Río de Janeiro desde el Pan de Azúcar, sobrevolar las cumbres de la Blanca Nieves de los Andes, Quito, las cataratas de Iguazú entre Brasil y Argentina, las pirámides centroamericanas, etc.    


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