DESDE EL MÁS ALLÁ
Nos habíamos reunido en mi piso de Santa Mónica
del Mar, como yo le llamaba, para preparar las próximas actividades
de nuestra recién creada SIADE (Sociedad Iberoamericana de Escritores) la
fundadora y presidenta Alicia Guiragossian, abogada y poeta, argentina de
origen armenio, aspirante al premio Nobel, a quien yo había invitado a un recital individual
en Casa de España, donde germinó la idea de la fundación de Siade. La vicepresidenta Florinda Mintz, también
argentina, de origen italiano, periodista, que poco después se casaría con el
poeta BartYoder, cuyo apellido añadiría al suyo. Los padrinos de su boda
seriamos yo y el intelectual y diplomático David Valjallo que publicaba la
revista Letras Chilenas, que pronto se marcharía a vivir en Madrid, donde nunca
pude localizarlo. Después supe que había vuelto a su patria donde murió en
1995. Florinda cubrió periodísticamente la visita de Juan Pablo II a Los Ángeles,
en la que le acompañé. En su casa conocí
al poeta beatnik Alen Ginsberg que se había desplazado desde Nueva York, y de
haber conocido su obra y su vida, quizás me hubiera merecido mejor impresión. Yo
creé la colección poética SIADE, que Florinda publicaba en su editorial Puertas
Press.
Aída Ferrarone, peruana, periodista del
recién creado Noticias del Mundo, en español, del multimillonario asiático
Reverendo Moon, que venia a sumarse a La Opinión, el diario mexicano que con
todo éxito funcionaba en Los Ángeles desde 1925. Con Aída había yo asistido a
la suntuosa fiesta de inauguración celebrada en un lujoso hotel del centro. Los
salones del nuevo periódico estaban a disposición de todas las entidades
intelectuales, y tanto Aída como el cubano Dr. Octavio Costa, que ostentaba el
Collar Isabel la Católica, comentaban nuestras actividades a todo lujo en las
crónicas culturales de ambos periódicos. Invitada por la puertorriqueña
Margarita Rosales, presidenta de la Asociación de la Prensa Hispana, yo fui una
de las primeras conferenciantes con el tema Panorama Intelectual Hispano en
California.
Escritora y poeta, Rosario Caparó había
nacido en Arequipa, como Mario Vargas Llosa, a quien preparó la campaña de
candidatura a la presidencia de su país. Vargas Llosa nos dio una conferencia
en USC, Universidad del Sur de California. No me pude acercar a él acosado por
una multitud de admiradoras, no precisamente de su literatura. Rosario llevaba
la sección Mujeres de hoy en una revista, cuya portada en 1980 ocupó mi foto en
referencia a su artículo sobre mí. En 1989 nos dio un recital en Alcalá por el
programa de intercambio cultural del 92, siendo alcalde don Mauel, y yo encargada de protocolo. Se le
preparó un precioso escenario con flores rojas y blancas, colores de la bandera
de Perú. Francisco López Pérez le hizo una entrevista, publicada a toda página
en el Alcalá Semanal.
Pepa Mills, valenciana, había ganado un
primer premio de pintura en un certamen de la Casa de España, a la que todas
estábamos conectadas. Como profesora de español, editó un libro de teórica,
ilustrado por ella misma. Estaba casada con el fundador y director de la Filarmónica
de Westwood, a quien había conocido cuando él hacía investigación musical en
España. La hija de ambos, Mari Pepa, consiguió acompañarme a la recepción que
dieron los Reyes de España en un hotel de Westwood. Un montón de quinceañeros,
cuyos padres formaban parte del séquito real, se apiñaron en mi coche tras la
recepción para que les llevara al centro de Los Ángeles. No sé cómo escapamos
de la policía en aquella aventura en la que la única adulta era yo. Pasada la
media noche los dejé en el mismo hotel, donde estaban alojados.
Durante muchos años fui asidua asistente
a los conciertos que la orquesta de Sevilla daba en el Lope de Vega y en el
teatro San Fernando. Pero nunca había estado envuelta en la propia orquesta
como en esta oportunidad. Patrocinada por las pudientes habitantes de la
privilegiada zona, en cuyas opulentas mansiones teníamos frecuentes recepciones
y fastuosas fiestas. Sus hijos y nietos eran componentes de Jóvenes Músicos en
formación. Algunas de las fincas tenían hasta caballerizas. Damas maduras y
ancianas, sonrientes como Reina Madre, vestían vaporosas gasas de colores
claros o abigarrados estampados, tocadas con extravagantes pamelas y sombreros,
como en un derby de Ascot. A Pepa le resultaban patéticas, pero a mi me
encantaba aquella naivité de alta sociedad, liviana, rica y feliz. Las
españolas nos destacábamos con nuestros sobrios trajes de gala negros hasta los
pies. Reminiscencia de corte de Mariana de Austria, que a mí me hacia decir: Ya
estamos juntos los cuervos españoles.
Yo me encargaba de Relaciones públicas en
la Sociedad de Escritores. En la siguiente convocatoria me eligieron presidenta
por unanimidad. Lo que no pude aceptar por mis muchas ocupaciones en la Casa de
España y mis viajes por todo el continente americano. Propuse al cónsul de
Bolivia que había sido embajador en España, y como secretaria a su esposa, doctora
en odontología y poeta colombiana Lucy Cabieles, que habían colaborado conmigo
en Casa de España en los homenajes a sus respectivos países con insuperable
eficacia. Años después Lucy nos daría un recital en la recién estrenada Casa de
la Cultura en Alcalá, acogido por la Casa de Extremadura, en la que fui vocal
de cultura durante varios años.
El Dr. Irahola, que era abogado, registró
oficialmente la Asociación de Escritores y nombró miembros de honor a todo el
Cuerpo Consular. La nueva proyección no gustó a su fundadora, que a pesar de mi
consejo, en lugar de una moción de censura lo llevó a los tribunales, y
naturalmente perdió. Un SOS me hizo aceptar la vicepresidencia. Celebramos el
Día de la Hispanidad con una cena en el Beverly Willshire Hotel, con la
asistencia de la Secretaria de Estado y de todo el cuerpo consular. El
presidente, belga, en perfecto español evocó a su compatriota Carlos V, doble
emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y del Imperio español, del que su
país había formado parte. Yo nunca hubiera podido darle a nuestra Sociedad de
Escritores aquella proyección gubernamental, diplomática y social.
Aquella tarde les había preparado una
lasaña de medio metro cuadrado por seis capas de relleno con carne picada,
verduras, jugo de tomates, bechamel y queso fundido, acompañada de vinos,
tarta, champán, café, licores, pastas y bombones. Quisieron jugar una ouija,
para lo que improvisaron un cartón en el que Pepa dibujó un círculo con las
letras del alfabeto. Desde que llegué a América me había llamado la atención lo
muy aficionadas que eran las hispanoamericanas al esoterismo y a la política.
Teníamos miembros que pertenecían a la masonería y a la cienciología. Quizás
era eso lo que les había hecho medrar económica y socialmente. Alicia y Rosario
habían llegado a California al mismo tiempo que yo, y se habían enriquecido en
el negocio inmobiliario. Rosario me invitaba con frecuencia a su mansión de
Palm Spring.
Yo pensaba que el vasito de cristal se
deslizaba entre letra y letra al leve impulso de nuestros dedos, y que los
aciertos se debían a una lectura mental de las participantes por parte de la
médium, que era Alicia. El primer espíritu que apareció se declaró a sí mismo
maligno. Había muerto en la masacre turca del pueblo armenio. Alicia le pidió
que se marchase porque yo, sin experiencia, tenía miedo. El espíritu obedeció
sin rechistar. Cada una de ellas habló con sus muertos. Florinda charló
largamente con su padre, Florindo, que había fallecido en un accidente de tráfico
en Buenos Aires. Yo me había ido a recoger la cocina porque el día siguiente
tenía que trabajar.
Requirieron mi presencia. F llama a Maria. Yo
no creía que el padre de Florinda, por ser periodista y poeta, tuviese interés
en hablar conmigo. Insistió. No era su padre. Como yo no tuviese ni idea de
quien se pudiera tratar, Alicia le pidió que nos diese una señal. Puñetas,
respondió. Puñetas se llamaban antiguamente los puños dobles de las camisas de
hombres sujetas con pasadores. Eso no me decía nada. Pidió otra prueba. Señaló
una foto mía ampliada que enmarcada lucía en la mesita de lámpara del rincón.
Esa foto me había sido tomada bailando en una reunión de empresa en un hotel de
Sunset Boulevard hacia unos años. Tampoco me aclaraba nada. El espíritu se
marchó y ellas comenzaron también a irse, ya pasada la media noche.
El televisor se encendió automáticamente,
pensé que debido a los llaveros en los bolsos. Pero yo no me iba a quedar sola
en mi piso impregnado de extrañas energías. Retuve a Florinda y a Aida, y les
di unas mantas. Florinda dormiría en el sofá y Aída en una peluda alfombra de
alpaca peruana. A la mañana siguiente Aída se marchó muy temprano pues tenia
que trabajar en Noticias del Mundo. Florinda y yo desayunamos en casa. Ella cogió
su coche para marcharse al condado de Santa Ana, donde vivía, y yo a mi
trabajo.